lo que dice juanda

Aventuras shaolines
La historia del binomio Juanda-Rubio se la debemos a El Deck y a nuestro otro gran amigo Fede Ruiz. Allí conocí a Rubio, hace más de dos años, allí, empezamos a ser amigos de verdad, cosa que ya no se logra a esta edad.
La primera impresión que el Mono tuvo de mi fue: “qué hijueputa máquina para hablar guevonadas”. El Mono me escucha y me escucha las guevonadas, que hubieran sido más sino fuera por el maldito vicio mío de quedarle bien a todo Medellín y dejar pasar momentos con la gente de verdad, como los Shaolines (Vale, Fede, Mono y Sergio) Luis Pérez, Manu, los Plasmáticos, en fin, shiny people que aprecia de verdad de lo que hablo en momentos poco serios, que no es más que la literal reencarnación de un pozo séptico.
Me atrevo a decir que fui un pseudo room-mate de Rubio. Casi el 90% de mis últimos años los pasé en el apartamento que él tenía. Allí, comenzaron las verdaderas historias de los shaolines, una cofradía basada en el shooting all the time, en tener la cámara a la mano, sea cual sea, la digital, la Polaroid, la Lomo, cualquiera. Simplemente un montón de ojos de diamante apuntando a cualquier objetivo, para luego sentirnos mutuamente orgullosos de que nos gusta la fotografía, de que los fotogramas hacen parte de nuestra locura ordinaria, de que vivimos en un videoclip, corte Medellín-track friends-category different people.
Alguna vez Rubio dijo que yo tenía un mico fumando marihuana en la cabeza. Lo dijo porque una noche, como a las dos de la mañana, le tomé fotos a una película colombiana llamada Maridos en Vacaciones, protagonizada por el Gordo Benjumea, Frank Linero y Otto Greiffistein. Hoy, que lo pienso bien, concluyo que solo un amigo de verdad es capaz de gozar tanto con un mico fumando marihuana dentro de la cabeza de otro.
Pero lo juro y lo sentencio: si yo tengo un mico fumado, el Mono tiene otro. Ese titi fumado que tiene en el cerebro es el que le da un “charm” tan particular. Paso a esgrimir las razones: colecciona cuánta maricaita hay en el mundo (si pudiera tendría un álbum de gargajos de locos de pueblo), le gustan las sardinas... pero enlatadas y deja esa casa pasada a pescado; tiene gota, enfermedad de viejito y cojea como tal; si está desparchado, por arte de magia le aparece un viaje al extranjero; cuando dice que no tiene plata para ir a alguna parte termina yendo, y la peor: ¡tiene más suerte que un putas!
Con el Mono he hablado de todo, de música, de cine, de ciudad, de política, de amores y desamores, de drogas y tragos, de carros y patinetas, de televisión, de mucha televisión trash, de frustraciones y fracasos, de negocios utópicos, de conquistas worldwide, de parajes apartados, de Melgar y Honda-Tolima, de la ordinary people tipo Pacho El Boyaco Borracho, del padre Marianito, de Paquita Gallego y el macabro plan para exterminar a hippies protagonistas de novela, de Jonh Mario Ramírez y todos los futbolistas etílicos de este país, de Diva Jessurum y su insoportable hablado.
Por eso, El Marranito es mi amigo del alma. Suena cliché, pero cuando se dice desde el corazón, tiene toda la dimensión del mundo y les aseguro que la última impresión que ha tenido Rubio de mi es: “qué hijueputa máquina para hablar guevonadas”.
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